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POE:

LOS HORRORES Y LA BELLEZA DE SU INVIERNO LITERARIO

I

 

Aglaia Berlutti

Segunda parte

 

El invierno de 1809 en el que nació Edgar Allan Poe fue el más crudo de la década. Así lo insistió su madre, la actriz Elizabeth “Eliza” Arnold Poe, unos días después del nacimiento de su hijo más pequeño, el 9 de enero, de un año que al parecer sería especialmente duro. “El frío es transparente, hermoso y causa dolor”, diría en una carta para su futuro hijo. Ya por entonces, Eliza se sabía “marcada” —o así insistiría— por la “desolación”. Repetiría la frase meses después, cuando David Poe, su esposo, la abandonó con tres niños en brazos. “Hay un desastre, una mirada sombría al futuro”, escribiría a su madre. Le contaría también que sufría de “algunos síntomas” sobre lo que parecía “un resfrío que no termina de sanar, como si simplemente la tristeza se hubiera alojado en mi cuerpo de forma perniciosa”. Eliza era talentosa para la escritura y, aunque jamás llegó a publicar nada ni fue conocida por su escasos papeles en los teatros de la ciudad, Poe diría después que parte de su talento provenía del “enigma” de su madre. Una buena cantidad de biógrafos insistirían que, sin duda, Poe sentía una predilección evidente por ficcionar la figura de la madre que apenas llegó a conocer. Sin embargo, para el escritor, la dama ausente, de extraordinaria belleza, talento y ternura sería un motivo recurrente en toda su obra.

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Eliza Poe

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Eliza moriría de tuberculosis dos años después del nacimiento de su hijo más pequeño, una experiencia aterradora que Poe  describiría como “el silencio de una casa en ruinas”. El ayuntamiento se hizo cargo del cuidado de los tres hijos de la fallecida, pero en realidad lo que ocurrió fue una especie de drama acelerado y casi grotesco que terminó por convertirse en una herida abierta en la vida del autor. Al final, los huérfanos fueron separados y enviados a hogares distintos: “fue como caer al vacío cuando creías que ya habías alcanzado el lugar más oscuro” . Edgar fue enviado a la casa de un rico comerciante llamado John Allan, cuya esposa Frances “Fanny” Allan no podía tener hijos y estaba obsesionado con tenerlos. No obstante, nunca adoptaron a Edgar, que siempre sintió era parte de un hogar a medias, un invitado inexplicable con el que los Allan solo compartían su apellido. A pesar de eso, Fanny tenía una persistente necesidad de actuar como una madre con el pequeño. Le vestía, le daba de comer, le peinaba, incluso cuando ya no necesitaba hacerlo. La experiencia resultaba agobiante para Edgar, que comenzó a sufrir terrores nocturnos y ansiedad.

De hecho, el mismo escritor diría que sus primeros años de infancia fueron aterradores por la mera insistencia de Fanny de preocuparse por él. “Jamás podía dar un paso sin que estuviera a mi alrededor, mirándome con obsesiva atención”, relataría. Aun así, se consideraba afortunado: los Allan eran dueños de la House of Ellis, una empresa próspera con inversiones en tabaco y té que convertía a la familia en una de las más adineradas de la ciudad. Pero en realidad la familia nunca adoptó al niño. Como solía ser costumbre en la época, le brindaron alojo y el amparo legal que incluía el apellido, pero Edgar jamás podría disponer de los bienes, herencia o cualquier beneficio real de una adopción. De modo que era una especie de “visitante afortunado”. Uno que comía tres platos de comida caliente al día, pero también que sufría los accesos de de ira del patriarca o la frustración de su esposa. “Vivía una vida oscura”.

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Frances Allan

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Con todo, Edgar comprendió que gozaba de una posición privilegiada. O al menos la máxima que podría aspirar un niño huérfano, hijo de una actriz, un oficio mal visto por entonces en la muy puritana ciudad de Boston. Su hermana Rosalie Poe fue adoptada por una familia vecina a los Allan y su hermano William Henry Poe fue acogido en el hogar de sus abuelos maternos. Para Edgar no había posibilidad de escape, por lo que asumió que su vida era esa: ser una especie de rehén de un padrastro despótico y una mujer que deseaba ser madre de forma caprichosa. La infancia del futuro escritor transcurrió entre tutores, una biblioteca silenciosa y el desamor familiar. “Pocas veces es posible recuperarse del desamor a tan temprana edad”, escribiría. De manera que decidió usar el apellido de la familia Allan e intentó sobrevivir lo mejor que pudo a los largos años silenciosos en la mansión familiar. “Cada casa es un espacio inquietante, temible y doloroso para los extraños que deben habitar en ella”.

En 1815 la familia se trasladó a Londres. Edgar se maravilló del cambio absoluto que provocó lo que al principio se trató de un prolongado viaje familiar para estudiar el floreciente mercado británico del tabaco y el café. Allan se entusiasmó y decidió residir en la ciudad. “Otro mundo, brillante, diáfano y gris”, diría. El jovencísimo aspirante a escritor (ya por entonces escribía algunos poemas y pequeños relatos) fue enviado a varios internados y se encontró en un mundo nuevo. Uno en el que pudo descubrir la literatura en todo su esplendor. Si los tutores estadounidenses le habían parecido deslucidos e ignorantes, en Londres tuvo la oportunidad de no sólo leer los libros más recientes sino de investigar y profundizar en la prosa y la poesía. También, y lo admitiría después sin ambages, aprendió “el valor del dinero”. Ya por entonces se criticaba su tacañería, su insistencia en calcular gastos y ganancias, aunque disponía de apenas un puñado de peniques que  dejaba entre sus manos sin interesarse por nada más. Edgar vivía en la abundancia, asombrado por todas las posibilidades del dinero. Quizá por eso, más adelante admitiría que fue muy fácil creer que el mundo era “sólo así”. Colegios con amplios salones radiantes, paseos en carruajes en tardes cálidas, cenas en traje con criados de librea. El deslumbrante estilo de los Allan le sorprendería. “Comprendí que tenía suerte, aunque no tanta como creía”.

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Para 1818 Allan seguía sin decidir si trasladar sus inversiones a Londres. Y tal vez por ese motivo el primer gran crack económico del siglo derrumbó todas las defensas de buena parte de sus empresas. En 1819 aconteció lo impensable: un derrumbe financiero a gran escala que nadie pudo prever. Bancos quebraron, empresas se detuvieron, hubo huelgas y para noviembre de ese año fue evidente que se trataba de un colapso imprevisible que llenó los mercados de incertidumbre. Los primeros afectados fueron los relacionados con comercios rápidos y de múltiples líneas de producción como el tabaco, y Allan terminó sufriendo grandes pérdidas, que provocó que hasta el último de sus negocios se convirtiera en una sucesión de deudas impagables. En mitad de la situación, la familia volvió a Virginia, pero en 1820 era evidente que la circunstancia no hacía más que empeorar. La llamada Primera Gran Depresión provocó un colapso general que arrasó con medianas y grandes empresas. Por si eso no fuera suficiente, la situación se hizo aún peor cuando Europa se alejó de los mercados estadounidenses en busca de salvaguardar patrimonio y desencadenó sin querer la transición del país de un estado comercial colonial a una economía independiente, que debía recomenzar desde las cenizas. La familia Allan perdió buena parte de sus empresas y de la opulencia pasaron a una burguesía discreta de la que jamás se recuperaron del todo.

Ya por entonces, Poe pensaba en la escritura como un oficio. De hecho, el que considera su primer poema proviene de esa época confusa en que tuvo que abandonar la enorme mansión familiar a un piso modesto. “Anoche, con muchas preocupaciones y fatigas oprimidas, / cansado, me acosté en un sofá para descansar”. Tenía quince años, estaba aterrorizado por la idea de la pobreza. Tanto como para, debajo del poema, incluir un pequeño párrafo en que explicaba la crisis que vivían y el costo de la deuda en general de los Allan. “La oscuridad ahora es distinta, cuando creí que la conocía”, remató. La frase se repetiría varias veces en sus trabajos más adultos, complejos y dolorosos.

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Concluirá…

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Aglaia Berlutti

Bruja por nacimiento. Escritora por obsesión. Fotógrafa por pasión.

Desobediente por afición. Ácrata por necesidad.

@Aglaia_Berlutti

TheAglaiaWorld 

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