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Bitácora del navegación Nautilus 30

NATURA NATURADA, NATURANTE Y NATURAL

 

Marina Ortiz

 

Es complicado despertar todos los días a un mundo en transformación. Me llena de nostalgia y angustia cruzar diario por mi ciudad y presenciar que el mundo de mi infancia está perdido para siempre. Hay olores, como el de las tormentas de verano, que ya casi nunca nos visitan. El año pasado hubo problemas con el Río: el gobierno quiso “limpiarlo”, alegando protección contra inundaciones (en medio de una sequía sin precedente), y arrasó con buena parte de su flora y fauna en un sector al este; la ciudadanía protestó, el gobierno se detuvo y le siguieron varias semanas de protestas e incendios “esporádicos” en zonas de baja probabilidad y mucha visibilidad. Un año después, aún se pueden ver unos surcos pétreos incrustados en la tierra.

¿A qué voy con esto? Que cada día nos adentramos más a la crisis climática. Los efectos del calentamiento global antropógeno están reformulando la manera en cómo vemos nuestro hogar, a nosotros mismos y cómo imaginamos el tiempo-espacio, sea desde una mirada en retrospectiva durante este presente o hacia el futuro. El caso del río expone procesos históricos y actuales de simbolismo y acción en el espacio natural.

Dedicaré dos columnas a este tema tan extenso. Aquí sólo compartiré un panorama de las múltiples visiones de la naturaleza que hemos formulado como humanidad, y en la segunda ahondaré en mis sentimientos y algunas ficciones que nos rodearon (y nos rodean) en el nuevo milenio.

La naturaleza es un concepto muy difícil de abrevar y explicar. Ha sido Mundo, Dios, ecosistema, recurso, materia prima gratis, belleza, hermana, Madre, obstáculo, peligro, compañera, ciclo, estabilidad, ganancia, hogar, adversaria, misterio, metáfora, espejo, refugio… Buena parte de la filosofía y la literatura trata de entender y llegar a términos con los límites aparentes y las sorprendentes posibilidades de lo natural. Incluyendo lo que eso significa nuestro lugar dentro de (siendo parte de) ella. Predominan las jerarquías y cada razonamiento propone un mundo (espacio) diferente. Cargamos con la desmitificación antropocéntrica que Descartes, Aristóteles y Bacon impulsaron, y el candor Romántico de Emerson, Thoreau y Wordsworth. La ciencia ficción bien parece acercarse a la primera y la fantasía, a la segunda. Pero esta generalización binaria es reduccionista, pues ninguna está exenta de los vicios y virtudes de la otra.

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Entre los espacios de la literatura tenemos:

Lo pastoral y edades de oro: lo natural es una dócil oveja que nos sigue, nos acompaña, bala cuando le preguntamos algo y, aunque no la entendemos, la cuidamos y apreciamos con la gentileza de quien aprecia la fuente de su abundancia. Es espacio amable, confiable, accesible, predecible. El hombre es su amigo.

Lo silvestre: libre, ingobernable, magnífico, peligroso, digno de respeto y distancia. El espacio es inmenso, retador, luminoso. El hombre es diminuto, valiente, honrado.

El trascendentalismo americano: hermana al hombre con el cosmos.

El realismo científico: sistematiza y entiende, mecaniza y produce, estabiliza y construye confianza, certezas, aun en el reconocimiento de nuestra ocasional impotencia. El espacio es medible, explorable, útil y maleable. El hombre es aventurero, exitoso, dueño, superior en la Razón.

La industria: somete, gobierna y conquista.

Lo Romántico y lo Sublime: enaltece a lo inalcanzable, incomprensible, temible y maravilloso. Terror y poder, fuerza y admiración. El espacio es ajeno y enajenante, misterio, caos, dilema. El humano es indefenso, absurdo, posibilidad.

Lo cosmopolita y lo poscolonial: desmitifica y denuncia, evidencia la violencia, resiste a la opresión, se rebela y cuestiona la imposición de la hegemonía (blanca, cristiana, heteronormada, cisgénero, occidental, etc.). El espacio es víctima y cómplice, silencio y clamor, cautivo. El hombre es víctima y cómplice, silencio y clamor. Cautivo.

La devastación posmoderna: la sexta extinción masiva, la pérdida de la certeza, la predictibilidad y la seguridad. Las ciudades caen, la población huye, el viento castiga, el espacio (re)emerge. El espacio es impredecible, imponente y hostil; es dolor, páramo, espera. El hombre es sobreviviente, neurótico, visionario, incansable.

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Los mitos intentaron razonar con lo divino lo que percibimos como un desbalance de poder. La narrativa buscaba dar sentido a la existencia humana inmersa en fenómenos fuera de su control. Sin un orden ni taxonomía clara, porque no terminaría nunca de hacerlo, podemos nombrar a: el Dios judeocristiano, Deméter, Pan y Poseidón, Tlaloc y Xochipilli, Thor, Pachacámac, Pachamama, Chaac, Apsu, Mami Wata, Tapio, Pritiví, Feronia, Flidais… Regidores o encarnaciones mismas de la pluralidad de elementos naturales como el agua (lluvia, río, mar, lagos…), la tierra, las plantas, los animales, los vientos, el fuego, el planeta entero, los ciclos de las estaciones, las flores, etc. Así devino la noción clásica del espacio que suelo nombrar: La dimensión sobrenatural que gobierna la dimensión humana. Aquí, la naturaleza no se divide de lo extraordinario/divino, es tanto vehículo como manifestación, o bien personificación misma. Esto produce las conocidas actitudes de reverencia, temor, agradecimiento y antagonismo.

Dolezel, nuestra imprescindible brújula, dice en Heterocósmica que en la construcción de espacios textuales la naturaleza se define como Fuerza N, que da dinamismo a un mundo previamente estático e impone ciertas posibilidades que, dependiendo del género narrativo, pueden superarse o no. En la ficción realista no se puede controlar una tormenta, pero en una fantástica sí. La Fuerza N carece de intención, propósito (eventos mentales: deseo, razones, creencias…), no actúa como Persona, es neutra. Sólo con la metáfora o el toque de lo divino podríamos otorgarle volición. Buena parte de la vida y la ficción consiste en lidiar con este hecho asimétrico (que también incluye al cuerpo humano): las visiones listadas intentan dotar de sentido a algo que, en esencia, no lo tiene. Pero no es tan simple, puntualiza Dolezel, si nos replanteamos qué es la consciencia/inteligencia y el actuar en el mundo.

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En la siguiente columna abordaremos nuestro actual predicamento: ¿Cómo vivir o imaginar el mundo cuando las visiones para enfrentarlo, o cuidarlo, son contradictorias, desacertadas, míticas o injustas? ¿Cómo imaginar el futuro desde la ficción?

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Ana Marina Ortiz Baker

Soy de Monterrey, Nuevo León, México.

Desde la licenciatura estudio la ciencia ficción y la fantasía, y estoy por terminar una maestría en Literatura Hispanoamericana.

Mi tesis de investigación fue sobre el cyberpunk mexicano, en específico el tema del espacio y su relación recíproca con los personajes.

Me gustan los temas del cuerpo, la mujer, la ciudad, los mitos, la magia y la naturaleza.

Los conocimientos que tengo, que son un tesoro para mí, aún tienen mucho que crecer.

Twitter: @maro_baker

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